miércoles, 15 de julio de 2015

TODAVÍA NO

Porque no hay nada como morir a carcajadas para vivir más hoy…

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jueves, 28 de mayo de 2015

LA CHICA DEL METRO

Hoy escribo sobre ti. Sobre las alternativas que pasaste por alto. Sobre todas aquellas oportunidades que perdiste por no ir a buscarlas. Porque te pusiste de rebajas y lo que más tardaste en vender fueron las decisiones que hoy te pasan factura. Que lo único que te ahorraste fueron las elecciones autonómicas. Nada más. Que elegiste elegir lo justo. Nada más. Te quedaste sin razones, sin ganas, sin prisa. Nada menos.  

Hoy también escribo por ella. Por la chica que entró en el metro una parada después y se sentó enfrente de ti. Por aquellos ojos castaños y aquel pelo liso. Por su piel clara, sus deportivas salpicadas de rotulador y esa pulsera a des-juego en su muñeca derecha. Hoy escribo por su nombre, el que tan solo imaginabas en tu cabeza y no te atrevías a preguntar. 


Hoy escribo por los momentos que no viviste. Por las balas que siguen en la recámara. Por la carta que aún guardas en tu caja de recuerdos y el texto en las notas del móvil que revisas las noches de insomnio. Hoy escribo por el botón de “enviar” que no tuviste el valor de pulsar. Por ese calendario que te recuerda los aniversarios que ya no celebras. Por el mes de mayo que te pasaste pensando en cómo corregirías en junio los errores que cometiste en abril.

Hoy también escribo por ella. Por la chica del metro que se colocó el pelo detrás de la oreja mientras sonreía sin necesidad de mirar su teléfono. Por su respiración temblorosa y sus gestos tímidos. Por las otras veintiocho personas que había en el vagón y no existían en tu cabeza.

Hoy escribo por la cerveza que te dejaste a medias en aquel bar, por el viaje que todavía está en tu lista de cosas pendientes, por ese billete de avión que salía tan barato y, al final, compró otro.

Hoy escribo por la vez que no saltaste desde aquella roca en la que rompían las olas. Por el abrazo que no supiste dar a ese amigo que se derrumbaba delante de ti. Por aquella despedida en la que tampoco supiste decir “No te vayas”.


Hoy también escribo por ella. Por la chica del metro que te miró y agachaste la mirada. Por las mil veces que te imaginaste preguntándole cualquier estupidez. Por las mil veces que contaste las paradas que faltaban hasta llegar a la tuya. Por todas las malditas veces que te preguntaste cómo sonaría su voz, qué estudiaría, por qué parte de Madrid saldría esa noche.

Hoy escribo porque te rendiste a la distancia. O se rindió ella, qué más da.

Hoy escribo por todas las aventuras que el miedo te aconsejó no empezar. Por la tarde de lluvia en la que cancelaste ese plan de tomar café algún día. Por aquél que te dijo eso de mejor arrepentirse de tomar una mala decisión que arrepentirse de no tomar ninguna.

Hoy escribo por el tiempo que no supiste emplear en conocerte mejor, por la falta de confianza en ti mismo, por las ocasiones en las que no supiste perdonar y las muchas más que te faltó pedir perdón, por esa idea brillante que surgió en tu cabeza y dejaste morir sobre el papel.


Pero hoy también escribo por ella. Por la chica del metro que se levantó una parada y media antes de la tuya y se quedó de pie junto a la puerta, pegada a ti. Porque no hacía falta que te agarraras a esa barra de hierro amarilla para no perder el equilibrio. ¡Que ibas sentado, joder! Como tampoco hacía falta que ella se agarrara tan cerca de tu mano. Pero lo hizo. Y ambos sentisteis que se os erizó la piel cuando os rozasteis tan solo un instante.

Hoy escribo por todos esos instantes. Por las causalidades que achacaste a la casualidad, por todos aquellos partidos en que pediste ser sustituido un minuto antes de que comenzara la tanda de penaltis. Hoy escribo por ti. Por las veces que has intentado ser otra persona y las que no conseguiste ser tú. Por las palabras que no dijiste a tus padres y sabías que necesitaban escuchar. Porque pasó el tiempo y no le prestaste atención. Que empezaste a contar los días sólo tras recordar lo difícil que resulta olvidar. Y, cuando quisiste darte cuenta, tu cuenta estaba a cero. Porque te faltó valor. Porque seguiste ardiendo cuando no quedaban más que brasas. Porque callaste. Porque no supiste decir nada. Como tampoco sabrías decir qué te hizo coger el metro aquel día en lugar de tomar el autobús.


Hoy escribo por ella. Por la chica del metro que se bajó en la parada. La que seguiste con la mirada mientras se alejaba. Hoy escribo porque, al final, ella se giró hacia ti y, mientras las puertas se cerraban, te susurró su nombre.

Pero nunca llegaste a oírlo.  

domingo, 19 de abril de 2015

IRIDISCENTE

La iridiscencia es un fenómeno óptico donde el tono de la luz varía de acuerdo al ángulo desde el que se observa una superficie, como en las manchas de aceite, las burbujas de jabón o las alas de una mariposa.

Fuiste iridiscente.


No fue amor. Fue efervescencia. Quisimos querernos pero nos deshacíamos en moléculas infinitesimales y nos evaporábamos como las horas de la noche en que nos conocimos. Ojalá hubiera guardado el ibuprofeno que me diste para cuando llegara este día. Y es que en los últimos meses he agotado todas mis reservas. Planificar finales nunca se nos dio bien. Siempre odié tus imposibles. Siempre odiaste mis improbables.

Pero fuiste atrevida, fui valiente, fuimos lejos. Me arriesgué a pesar de ese tatuaje en tu frente de un color que no pega con nadie. Empezamos a volar sin cinturón de seguridad, sin miedo a estrellarnos, sin ataduras. Como pilotos suicidas subimos hasta que nos sobraron dudas y nos faltó oxígeno, el mismo que le falta ahora al agua con la que queremos desinfectarnos las heridas. Me lo dijiste. Me advertiste que no te encontrabas ni tú, que contigo no servían los calendarios, que nadie podía robarte tus ganas de estar sola, que no dirías Polo cuando yo gritara Marco. El problema es que yo soy de los que conducen por el carril de la izquierda y utilizan el hemisferio derecho del cerebro. No te escuché.


Aun así fue divertido cortarse con tus labios cortados por el frío. Fue divertido cuando uno arrancaba un “Te…” tembloroso y, antes de seguir, el otro ya estaba sirviéndole el limón y poniéndole la sal en la mano. Porque las mejores borracheras eran contigo, a las cinco de la tarde y a chupitos. Sintiendo cómo escocía la indiferencia en nuestra garganta, cómo nos picaba la curiosidad, el gusanillo, el mosquito que nunca hubo en la habitación pero que nos quitaba el sueño hasta que nos lo devolvía el amanecer.

Fuiste incandescente. Y me gustaba leerte a la luz de tus ojos, aunque me quemara. Aunque nunca consiguiera adivinar lo que buscabas en el fondo del tazón de Colacao cada mañana. Me hubiera gustado leer lo que no tenías el valor de escribir. U oír las frases que formabas en tu cabeza con las palabras que me quitabas de la boca. Aposté por tu farol y me quedé sin fichas.

Ardimos. Pero éramos aire, no fuego. Éramos un nueve y un diez, y nos quedamos en proyecto de escalera. Ojalá hubiéramos sido una pareja de algo, de lo que fuera. No sé. Pudimos ser futuro y nos quedamos en pretérito imperfecto. Estábamos locos y sólo nos faltaba ser felices. Lástima que nos robaran las perdices al final del cuento de las mil y una noches. Perdimos el norte. Está claro. Y tampoco supimos volver al sur. 

Al final, no fuimos más que un par de ilusos con fobia al sueño. Fuimos una noche estrellada en el arcén de la autovía. Fuimos uno. Pero nos cambiaron la hora y a las tres fuimos dos. Fuiste iridiscente. Como el reflejo de los hielos en tu vaso de cristal. Fuiste el antibiótico en mi quinta copa. Fuiste la chica de ayer, no la de mañana. La brisa afilada de las madrugadas de enero, la escarcha de los parabrisas en Madrid, las sombras que bailan en la pared las noches de tormenta. Fuiste aire y yo viento.


Y no. Nunca te prometí la Luna, pero hubiera puesto patas arriba la gravedad si te hubiera visto perder el equilibrio. La misma gravedad que nos aplasta y que es capaz de atraer dos objetos hasta hacerlos colisionar. Pero ahora no quiero más choques. No quiero impactos, ni chispazos, ni ese calambrazo que sentíamos cuando te colabas en mi cama cargada positivamente y terminabas por arrebatarme la negatividad. Ahora tendremos que conformarnos con ese escalofrío, con jugar a las cartas sin jugarnos la ropa, con vernos el sábado por la noche en un bar sin apostarnos nuestra amistad en el casino de quién besará primero. Ahora, tendremos que conformarnos con estas palabras que son las últimas que mi teclado te escribe. Nos conformaremos, en definitiva, con este adiós disfrazado de hasta luego.

Porque a veces, sólo a veces, es mejor que las mil noches acaben ahí. Y que la que falta no sea más que el recuerdo de la iridiscencia de una simple pompa de jabón que, balanceada por la brisa de los primeros días de abril, estalla, liberando ese último destello. El que nos cegó. 


lunes, 16 de marzo de 2015

EL LADO BUENO DE LAS COSAS

Que tu despertador suene hoy unos minutos antes. Quédate en la cama y piensa que lo único que separa este día de uno completamente diferente no es ella, ni él, ni siquiera el calendario. Eres tú. Bueno… tu estupidez, tu nivel de locura en sangre, tus ganas de improvisar y de salir del camino bien asfaltado que te marca la rutina.


Si quieres cambiar las cosas empieza por dejar de quejarte. Vale que el mundo está algo jodido ahí fuera. Y que el hombre del tiempo pronostica para mañana una tormenta de las que dan ganas de quedarse en casa. Pero hoy estás vivo. ¿Puedes respirar verdad? Eres capaz de sentir que todo se mueve a tu alrededor. Ahora sólo nos falta aprender a vivir un poco.

Empieza por tener claro que es difícil tener claro lo que uno quiere. Y lo que uno quiere no se consigue permaneciendo quieto con la mirada puesta en el suelo. No esperes a que tu realidad cambie si puedes cambiarla tú. No tienes todo el tiempo del mundo. Y ya que vas a equivocarte mil veces, comienza lo antes posible, no te dejes ningún error por el camino, eso sí que sería difícil de arreglar. Empezarás a acertar antes de que te des cuenta. La mejor forma de encontrar una dirección es probar primero todas las que no son. Así que desconecta el GPS y deja de contar los días. Empieza a disfrutarlos con quien de verdad importa. Tu mejor compañero de viaje eres tú mismo. No seas tan duro con él, hazte a la idea de que tienes que ceder un poco porque tenéis que llevaros bien.


Y el resto de personas que te saquen más carcajadas y menos preocupaciones. Deja de cargar con los problemas de todo el mundo. Bastante tienes con tener que cargar tu maldito móvil cinco veces al día. Y eso es otra. Deja de mirarlo constantemente. Deja de conformarte con un “escribiendo…” que evoluciona a un “en línea” y muere como un “últ. vez hoy a las 5:28”. Si quieres a alguien tanto que incluso duele, ve a buscarle. Saca un billete y plántate en la estación, apartando a las personas vacías que no comprenden las ideas con sentido no común que hay en tu cabeza. Paséate de punta a punta del tren las veces que haga falta para que tu sangre deje de parecerse a la horchata que tomabas con tu abuela de pequeño. Y cuando llegues a tu destino, corre. Porque ya te he dicho que no tienes todo el tiempo del mundo. Aunque tu reloj parezca ir muy despacio. Corre hasta que te cueste respirar, no te detengas hasta llegar a su maldita puerta. Y, cuando la abra, contén tus pulsaciones, tus nervios, tu inseguridad, vuestras dudas, los miedos. Bésala, gilipollas. Sin dar ninguna explicación. Los golpes de realidad debajo de las costillas tampoco vienen con su explicación al dorso. De hecho, es posible que recibas uno de los que duelen. Cuando ella te diga que las cosas son demasiado complicadas en este momento, dile que no tienes tiempo de que lo sean. Y que te cierre la puerta en las narices. Que te deje con esa sonrisilla de subnormal que se nos queda a todos cuando perdemos de paliza. Esa parálisis momentánea que nos tienta a echarnos a reír porque, aunque nos sintamos ridículos, al menos hemos intentado algo diferente. Al menos hemos conseguido sorprender a esa persona responsable y rutinaria que hay dentro de nosotros. Al menos no hemos muerto con un “últ. vez hoy a las 5:28”. Y eso, joder, se llama aprender a vivir.


La vida no va a ser como las películas de Hollywood. El lado bueno de las cosas en realidad no acaba después de los créditos mientras suena Ho Hey de The Lumineers. Después de los 500 días de verano, la vida sigue con otros 500 más. Los finales son sólo el momento en el que nos cansamos de seguir contando la historia. Y las historias, a veces, son tan largas que incluso nos olvidamos de por qué las empezamos.


No te agobies si te ves atrapado en sentimientos complicados. Respira. Al final darás con la persona adecuada, con el trabajo adecuado y con una vida que merezca la pena. Sólo tienes que morder un poco. Y equivocarte, equivocarte muchísimo. Acabarás por dar en el blanco con la estrategia que parecía más absurda. Da igual lo que digan o dónde haya colocado los límites la señora Responsabilidad. Ponte tú los tuyos. Y que estén bien altos. Por encima del umbral de la estupidez. Que te digan que eres un soñador o, mejor aún, un iluso. Busca el lado bueno de las cosas, el silver lining que tiene cada nube. Y si el rumbo del barco no te gusta, cámbialo. No te dejes nada y no te pierdas en teorías del todo. Aparta a las personas que hacen daño, aunque se te escape alguna lágrima entre despedidas. Tropieza mil veces y acaba con la que esté más loca, con la más complicada, con la que no tenga sangre de horchata. Acaba con la persona que te abra la puerta y te coma la boca antes incluso de poder asimilar la estupidez que acabas de cometer. 


Pierde tu maldita brújula y encuentra el norte.

Hoy ponte el despertador diez minutos antes. Quédate en la cama y piensa que lo único que separa este día de uno completamente diferente no es ella, ni él, ni siquiera el calendario. Eres tú. Bueno… tu estupidez.

Busca tu propio camino para ser feliz. Encuentra el lado bueno de las cosas.

Elige a la persona equivocada.

Elige cómo quieres vivir y muere por conseguirlo.

martes, 24 de febrero de 2015

VUELING 2.0

Me he dejado la cabeza en alguna parte. He perdido el juicio cuando se suponía que tenía un buen abogado. Pero se ha largado con mi dinero y ahora debe estar en alguna isla desierta disfrutando de las vacaciones que tanto necesito. Lo peor es que llevo varios días rebuscando entre los cajones y debe haberse llevado también mi inspiración, porque tampoco la encuentro. No aparece ni cuando tiene hambre, ni cuando la llamo a gritos, ni cuando hay tormenta y la lluvia golpea con violencia la carrocería de los coches en la calle.


Aunque lo cierto es que nunca fui demasiado brillante con las palabras. Y menos aún con las decisiones. Nunca doy en la diana a la que apunto. Debería apuntarme a un curso para aprender a poner punto y final a algunos errores. Me he equivocado tantas veces en los tres últimos años que ahora leo el primer texto del blog y sonrío avergonzado. Por eso quiero volver a escribirlo, volver al momento en el que estaba en el aeropuerto de la que había sido mi casa toda la vida. Quiero volver a ese instante en el que todo el mundo estaba cogiendo un avión mientras yo permanecía quieto, sujetando el poco equipaje que llevaba. Recuerdo estar mirando un billete en el que no aparecía ningún destino. Recuerdo la incertidumbre, la indecisión, la falta de seguridad en mí mismo para entrar en alguna de las dieciocho puertas de embarque que tiene el maldito aeropuerto de Alicante. Recuerdo el miedo a que en el asiento de al lado no estuviera sentada ella. El miedo a volar solo, a viajar sin mochila.

Pues resulta que, al final, no todo el mundo tenía que coger un avión. Resultó que el alboroto del aeropuerto lo provocaban curiosos que paseaban por la nueva terminal. Resultó que las únicas despedidas fueron las mías. Que las palabras de adiós las escribía tan solo yo. Resultó que no hubo lágrimas, que tanto buscar un destino en mi billete acabé encontrando el que alguien tiró por allí. Al final, mi avión del veintiuno de Septiembre iba casi vacío. Todo lo que conocía se quedaba en tierra y yo mirando al cielo todo el tiempo. Quién diría que yo sería el valiente, que dejaría un sueño para intentar darle la vuelta a una pesadilla. Lástima que la tortilla siempre caiga por el lado de la mantequilla. ¿O era la tostada?


A veces pienso que ojalá hubiera perdido el vuelo 05193 con destino Madrid Puerta de Atocha. Recuerdo que casi me temblaban las piernas y me chasqueaban los dientes mientras escuchaba el rugido del motor en la pista de aterrizaje. Crucé los dedos para que se desplegaran los Flaps y no me la pegara. Cuando el avión dejó de apoyarse en el suelo y completó el despegue, tragué saliva y me pregunté por qué los jodidos controladores aéreos no habían hecho huelga aquel día.

Pero mira. Aquí estoy. No sé si el aterrizaje fue forzoso o es que aún sufro el efecto del Jet Lag, pero algunas noches aún me siento algo aturdido cuando pienso en lo fácil que era todo antes. En mis mañanas de sol en la terraza, en las conversaciones en la playa de madrugada, en las grúas del muelle que parecen jirafas cuando se ven desde la montaña. Aún pienso en la rotonda en la que nos emborrachábamos a carcajadas mientras la vida continuaba girando a nuestro alrededor.


Compré dos billetes, pero nadie me acompañó en el asiento de la derecha. Ahora lo pienso y podría haber invitado a venir a la mejor versión de mí mismo. A esa que siempre tiene las de ganar, la que da pie con bola, la que era afortunada en el juego y afortunada en… bueno… en lo que fuera. Tiene que existir alguna versión de mí mismo que pierda la brújula y sea capaz de encontrar el norte. Normalmente me pasa más bien lo contrario.

¿Y ahora qué? Jamás pensé que el chico al que le gustaba controlarlo todo tendría que aprender a improvisar. No sé a quién se le ocurrió, pero poner mi mundo patas arriba me ha enseñado a caer y levantarme aunque la gravedad esté en mi contra. Ahora resulta que me despierto antes de que suene el despertador y me duermo sin Dormidina. Al final, mira tú por donde, he aprendido a viajar solo. Al final di aquél paso hacia lo desconocido, hacia lo incierto, hacia lo infinito. He acabado por aprender lecciones sobre arquitectura y sobre física. He estado veintiocho puntos abajo y me he dejado llevar. He remontado. He aprendido a ser incoherente, he disfrutado equivocándome. Me he perdido y me he topado con los límites que alguna vez puso la señora Prudencia no se sabe dónde ni por qué motivo.

Al final, he ignorado todas mis opciones y mis futuros, te he mirado a los ojos y he tenido el valor de decirte:

Vayámanos.

Y es que, después de todo, la distancia también puede untarse en pan. Le he echado un poco de mermelada de arándonos por encima y nos la vamos a comer sentados en un tronco en medio de ninguna parte, que es justo donde quiero estar ahora.


Buscaré mi cabeza por el campo de girasoles más cercano.

Y, si por casualidad, encontrase mi inspiración, te la mandaré en una carta.

Creo que recuerdo tu dirección. Aunque haga tiempo que olvidé la mía. 

jueves, 22 de enero de 2015

VAYÁMONOS

Vayámonos. Vayámonos lejos. Dejemos la brújula en casa. Y el GPS. Y los mapas. Cojamos todo lo necesario para ir. Dejemos todo lo que nos pueda obligar a volver. Compremos sólo el billete de ida. O pasemos del billete, da igual, caminaremos por las vías hasta llegar a algún lado.


La mochila pesa. Lo sé. Está llena de eso que llamamos futuro. Hagámosle agujeros con un poco de esa irresponsabilidad que tienes en la mirada. Al menos dejemos que las preocupaciones se vayan derramando durante los primeros pasos. Perdamos aceite. Ganemos velocidad. No pienso pararme a enroscar los tornillos que se nos caigan por el camino.

Viajemos. Viajemos lejos. Desde que salga el sol hasta que se oculte la luna. Que cada amanecer nos haga descubrir un lugar nuevo. Que cada atardecer nos haga dejarlo atrás. Y que no nos siga nadie. Ni nuestra sombra. Ni las estrellas si cabe. Ni nosotros mismos. No sigamos ninguna dirección, si nos tenemos que perder, perdámonos. Pero salgamos antes de que nos quedemos sin estupidez, sin tonterías, sin prisa. No quisiera quedarme tirado en mitad de un callejón de decisiones sensatas. 

Hagamos locuras. ¿Qué nos lo impide? A lo mejor así encontramos la cordura que abandonamos al conocernos. No voy a pedir ni permiso ni rescate para este secuestro. Te robaré sonrisas, nos mataremos a carcajadas. Que suene el eco en las paredes del aburrimiento, pintémoslas todas, aunque luego nos tomen las huellas. Que se queden con la fianza, que nos persigan. No pienso pedir ningún deseo cada vez que veamos pasar una estrella fugaz.  No tiraré ninguna moneda a ninguna fuente, pero nos bañaremos en todas. Lo prometo.


Estoy impaciente. Vayámonos ya. Si tengo que volver a ver cómo el reloj da una vuelta más pienso desconectar el tiempo. Te quiero más tonta que nunca. Más brillante, más natural, más perdida, más tú. Te quiero Into the wild. Nos dirigiremos hacia rutas salvajes y arrojaré por el camino frases de Jack London, por si acaso no sabemos volver a aquel día en el que dejamos volar nuestra imaginación por primera vez.

Divirtámonos. Divirtámonos lejos, cerca, sin más. ¿Qué más hace falta? Tú pon el arco y las flechas. Yo pondré la manzana y cruzaré los dedos para que tengas puntería. Quizás nos desilusionemos, metamos la pata o nos rompamos en mil pedazos. Pero no te preocupes, te sé casi de memoria. Si me das cinco minutos, creo que podría reconstruirte célula a célula. No sé cuántos millones de moléculas tendrás, pero seguro que inventamos un número mayor de motivos para arriesgarnos con esta aventura. 


Vayámonos lejos. A Muy Muy Lejano. Rompamos con la rutina, con las tardes de domingo en casa, con esa brisa afilada que gira en la estación cada vez que me marcho. Malditas despedidas. Acabemos con todo. Con los límites y las limitaciones, con la inseguridad, la sospecha, el miedo a coger un avión. Acabemos con las personas que nos dijeron: “No podréis”.  Con la falta de ganas de estar juntos, con las ganas de faltar a esa cita estúpida. Acabemos con los nervios, con lo que nos impide cerrar el paraguas los días de tormenta. Mojémonos. Voy a calarme hasta los 39 de fiebre. Espero no hacerte esperar. No pierdas la esperanza si no llego. Rompamos con todo. A la de una, a la de dos. Porque a la tercera va la vencida. Porque son tres los segundos que necesito para hacerte cambiar de opinión. Lo que tardan en disolverse las dudas en las noches de primavera. Rompamos con las responsabilidades, con las pesadillas. Soñemos. Quedémonos con la sed de bebernos los días. Con el hambre de devorar el tiempo que se relame cada vez que permanecemos quietos.

Demos ese jodido paso fuera de nuestro hogar.

Vayámonos. Vayámonos lejos.


Quedémonos cerca el uno del otro.

jueves, 8 de enero de 2015

EQUIVOCARSE

Piérdete, encuéntrate y vuélvete a perder. No aterrices aunque se te haya olvidado lo que era tener los pies en la tierra. Aunque te lo suplique la torre de control. Di que estás en huelga. Ilusiona a tu imaginación. Navega contra el viento pero juega siempre las cartas a tu favor. No te olvides de jugar con las palabras cada vez que alguien lo haga contigo. Y ya que lo hace, que sean muchas las veces y en todas partes. Aunque luego te arrepientas. Juega a equivocarte. Aunque luego sonrías como una tonta pensando que arrepentirse es para los que miran por la ventanilla cuando viajan en avión. Simplemente vuela. Piérdete, encuéntrate y vuélvete a perder.

Cuando te levantes, dile a la versión de ti misma que sigue en la cama que la vida es complicada. Que si fuera fácil seguirías soñando despierta. Pero estás aburrida de dormirte sólo porque te agobie el despertador. Busca tu momento cuando veas que se retrasa en llegar. Piensa en todos los otros trenes que pasarán cuando sea la hora de subirte al tuyo y te tiemblen las piernas. Siente el escalofrío, la inseguridad. Equivócate. Duda. Piérdete, encuéntrate y vuélvete a perder.

Deja la mente en blanco y siente los colores. No tengas miedo de tener miedo. Ríete de los fantasmas y de los príncipes azules. Enamórate de la sensación que se te queda cuando te desenamoras de alguien. Miente siempre que te pregunten una dirección. Nunca digas la verdad cuando hayas encontrado la tuya. O dila susurrando. Con la boca pequeña. Como tú sabes. Que tu destino no se llene de curiosos, que siempre te quede la curiosidad de saber cómo será llegar a una parada en la que sólo te bajas tú. Equivócate. Viaja. Descubre. Vive. Piérdete, encuéntrate y vuélvete a perder.

Piensa en ti misma cada vez que desearías ser otra persona. Guárdate las lágrimas para los días de lluvia y arriésgate al regalar tus carcajadas aun sabiendo que tal vez nunca las recuperes. Arriésgate hoy. Toma esas decisiones que siempre dejas para mañana. Arriésgate incluso cuando perder signifique perder demasiado. Porque entonces lo darás todo por acertar. Darás la mejor versión de ti misma. Darás tu sonrisa, tus noches de insomnio, tus gilipolleces. Y, si a pesar de todo, pierdes, haz trampas diciendo la verdad, diciendo que te equivocaste siendo fiel a tus sentidos. Aunque la situación no tuviera ninguno. Di que te perdiste, que te encontraste y que te has vuelto a perder.

Hoy acabaré por el principio. Porque cuando contamos una historia no hacemos más que preguntarnos cómo será el final. A nadie le importa el principio salvo en las comidas familiares. Salvo en los discursos de las bodas a las que nunca fuimos.

El principio del final siempre es acelerado. Con frases cortas. Porque te quisieron y se les olvidó querer. Porque me inspirabas cada vez que inspirabas y espirabas bocanadas de aire mientras hacíamos los locos. Porque se nos fue de las manos, no de la cabeza. Porque fuimos demasiado lejos, fuimos imbéciles. Porque fuiste el mar, el cielo y la Tierra en tus lunares. Porque fuiste los colores de mi mente en blanco. Porque fuiste ella y serás tú. Porque fueron las singularidades y las palabras sin sentido. Porque fueron mis textos, tus besos, nuestros errores. Porque fuimos uno y ahora somos dos. Porque nos encontramos, nos perdimos y nos volvimos a encontrar. Porque fue tu ingenuidad, tu ingenio y tu genio. Porque fueron tus dudas, tus ideas, tus conmigo, tus sin ti, tus manías, tu ilusión, tu timidez, tu valentía…

.

Tú, que sólo piensas en los finales. Te anticipo que hubo prórroga, que quedamos en empate. Te anticipo que serás el final de mi texto. Aunque, como ya he dicho, pienso acabar por el principio.

Así que piérdete.

Encuéntrate.

Vuélvete a perder.

Pero, sobre todo, equivócate.

Equivoquémonos.

Acertemos.